En
Cuba, desde 1790, azotaron la isla los vientos de modernidad de la
Ilustración, bajo el auspicio del obispo Espada, interesante prelado
cuya aspiración era hacer una reforma social controlada por la
naciente intelectualidad criolla. La cultura ya comenzaba a verse
entonces como la palanca del progreso económico y político, que es
hoy en día.
Así
fue que, a través de asociaciones como la Sociedad Económica de
Amigos del País, se hizo notable la introducción de las ciencias y
el aprendizaje del debate público, mediante el surgimiento de la
prensa periódica, y surgió la reforma filosófica con la
modernización de la enseñanza de las ciencias sociales y exactas.
La
filosofía fusionó ciencia, ética, política y cultura, con la
selección de un sistema de ideas en función de los intereses de los
criollos. Es la época de la educación para la libertad y el
patriotismo, de la amistad entre los grandes maestros con los alumnos
más aventajados: el padre Félix Varela, el filósofo José de la
Luz y Caballero, el economista José Antonio Saco, el educador
Antonio Bachiller y Morales y el intelectual Domingo del Monte;
destacan en la formación de un sentimiento y pensamiento nacional.
Brillan
la poesía y la literatura en las plumas de José María Heredia
–quien vivió varios años en Venezuela, dejó en esta nación un
bello poema y murió desterrado en México, país donde escribió
“Oda al Niágara”-, el novelista Cirilo Villaverde –creador de
la famosa novela costumbrista “Cecilia Valdés”-, la poetisa y
defensora feminista Gertrudis Gómez de Avellaneda y el poeta
patriota Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido) –quien
publicó en muchos diarios de Santa Clara, Cuba y murió fusilado por
los españoles acusado de conspiración.
Las
artes plásticas tienen excelentes exponentes como Juan Bautista
Vermay y Miguel Teurbe Tolón. Y la música vibró en el talento, las
obras y los instrumentos de Manuel Saumell, Ignacio Cervantes y José
Brindis de Salas –éste último el único violinista negro de
aquella sociedad colonial, que se le permitía tocar en los salones.
En
la primera mitad del siglo XIX, se produce la primera batalla de
ideas que gesta los dos valores fundacionales de la patria cubana,
demostrados en la guerra emancipadora iniciada el 10 de octubre de
1868 por Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte: la
independencia nacional entendida como soberanía y la justicia social
comprendida como abolición de la esclavitud.
Todas
esas figuras patricias mencionadas y otras más, imposible de
citarlas todas en este libro, integran un grupo selecto de 67
personajes masculinos y femeninos, quienes se encuentran expuestos,
minuciosamente retratados e identificados, en un mural que, a manera
de lectura rápida de la historia cubana, ha sido pintado en la
fachada del antiguo Liceo Artístico y Literario de La Habana el cual
se ubicó entre 1844 y 1869 en la casa del Marqués de Arcos. Esta
edificación del siglo XVIII, restaurada en todos sus detalles por la
Oficina del Historiador de La Habana, puede ser visitada por hoy en
día en la calle Mercaderes, entre Empedrados y O’Reilly, en la
Habana Vieja. La obra mural fue creada por un equipo de realización
dirigido por el escultor Andrés Castillo, a partir de la idea del
arquitecto Augusto Rivero, y se ha convertido en una parada obligada
en el recorrido de los turistas nacionales y extranjeros que visiten
esta bella ciudad y deseen conocer su historia.
Nadie
duda hoy que José Martí sea para los cubanos -y también para los
latinoamericanos-, la cúspide de la obra política, de la cultura
artístico-literaria y de la reflexión filosófica de una época: el
sumun de la nación cubana. Pero es justo señalar que su genialidad
se levanta sobre los hombros de las magnas figuras aquí destacadas.
Es preciso sanar pues la omisión del hecho artístico, integrando a
ese grupo de personajes ya mencionados, la figura del niño José
Martí, laureado con medalla de mérito escolar, siendo conducido, en
la acera del Liceo, por la mano de su maestro Rafael María de
Mendive.