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Así era La Guaira cuando llegó Martí el 20 de enero de 1881 POR ÁNGEL CRISTÓBAL GARCÍA |
De Nueva York a Caracas
José Martí, el cubano de fino espíritu, en los primeros días de enero de 1881 y bajo el intenso frío de New York tenía el alma triste: había dejado atrás a su querido hijo, y sus relaciones con su esposa Carmen Zayas-Bazán no iban bien. Varios amigos venezolanos, entre los que encontraban Bolet Peraza y la familia Mijares, les hablaron de la ciudad de los techos rojos. Y Martí, en quien Venezuela había siempre operado un influjo especial, a pesar de otros amigos que le advirtieron sobre el ambiente caudillista imperante, se embarcó el 8 de enero en el barco Felicia con rumbo a Suramérica. Once días después llega a Puerto Cabello, Venezuela, y un día después desembarca en el puerto de La Guaira. Sin perder tiempo toma una diligencia (carromato) e inicia la lenta subida al valle de Caracas, por el Camino viejo de los españoles. Todavía hoy, cuando hacemos este viaje de rememoración martiana en modernos jeeps, el viaje es lento y penoso, ¡cuán agotador y peligroso no sería entonces!
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El Camino Viejo de los Españoles |
El joven cubano, a una semana de cumplir 28 años de edad, venía precedido por la fama de orador notable, de escritor de singular estilo y
de vehemente revolucionario que ha consagrado su vida a escribir -como él mismo
dijera- la "última estrofa del poema de 1810" (para quien no conoce esta parte de la historia venezolana, Martí se refería al 19 de abril de 1810 fecha cuando se produjo el primer acto independentista de este valiente pueblo). Viene sin duda a Venezuela en busca de
apoyo para sus proyectos de libertar a Cuba. Caracas lo recibe con alborozo y
se abren para él las puertas del afecto y de la inteligencia.
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José Martí con su hijo José Francisco, poco antes de viajar a Caracas, ciudad donde escribió su obra poética "Ismaelillo" |
La causa que representa Martí encuentra eco inmediato. Desde su llegada, lo rodean algunos de los más
destacados escritores venezolanos, entre los que se encuentran; Arístides Rojas,
Eduardo Blanco, Eloy Escobar, Diego Lugo Ramírez, Vicente Morales Marcano, Domingo
Ramón Hernández, José Gil Fortoul, Lisandro Alvarado, Cesar Zumeta y Gonzalo
Picón-Febres. El 21 de marzo se le ofrece al distinguido huésped un afectuoso y
lucido homenaje público. Picón-Febres, quien fuera testigo presencial, ha
descrito la velada artístico-cultural celebrada en el Club del Comercio, como
un evento en el que brilló más -dice-, “el verbo de Martí que la profusión de
luces y la belleza de la mujer caraqueña allí presentes”.
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José Antonio Pérez Bonalde, patriota venezolano amigo de Martí |
Se le invita luego a dar clases en el Colegio Santa
María, que dirige el licenciado Agustín Aveledo, y en el no menos célebre
Colegio Villegas. Sus clases de literatura y lengua francesa se llenan de jóvenes
ansiosos de escucharlo. Cuentan que entonces Martí vestía de negro.
Nunca deja de las manos un libro que lee con avidez, como para que ceda el
turno, cuanto antes, al próximo. Tiene la frente amplia y abovedada y por los
ojos se le escapa el brillo de la inteligencia.
Hace amigos
diariamente, escribe mucho y nace aquí su poemario "Ismaelillo" (el cual analizaremos en otro capítulo). También funda la Revista Venezolana, un proyecto editorial que no pudo llevar a cabo en Guatemala pero que aquí desarrolla con el ayuda del editor del periódico La Opinión Nacional (hoy El Nacional). Todo parecía marchar bien cuando, sin que nadie
lo espera, abandona el país con rumbo a Nueva York en julio de ese mismo año, como si hubiese recibido
una orden perentoria a plazo fijo. ¿Qué pudo haber ocurrido para que obrare así?
La respuesta, en ese momento se oculta tras el nombre de Antonio Guzmán Blanco.
Guzmán Blanco: el Ilustre Americano
Después de la inesperada muerte del General
Francisco Linares Alcántara, ocurrida en La Guaira el 30 de noviembre de 1878, Antonio Guzmán Blanco, quien se encontraba en París, se apodera de la presidencia de la
República, con carácter provisional, el 26 de abril de 1879. En mayo deja
encargado de la presidencia al Dr. Diego Bautista Urbaneja y se ausenta para
Europa. Regresa y se encarga de la presidencia el 1ero. de diciembre. Comienza entonces
su segundo periodo presidencial, conocido en la historia venezolana como el
Quinquenio. Es decir, el joven José Martí llegó a
Caracas, en pleno auge del guzmancismo.
Después del exilio y de la persecución que sufrió en
compañía de sus amigos entre 1878 y 1879, Guzmán retorna al poder con algunos
de los defectos que han mermado o hecho discutible su personalidad: soberbia,
sed de honores y riquezas, y sobre todo, un agudo rencor contra quienes lo
habían atacado públicamente durante el gobierno de Linares Alcántara. Entre los
enemigos de Guzmán Blanco se contaban los estudiantes universitarios. Fueron ellos
quienes derribaron por segunda vez las estatuas del Ilustre Americano erigidas
en las plazoletas de San Francisco y en la colina de El Calvario, y a las que
el humorismo político venezolano había bautizado, respectivamente, con los
nombres de "Saludante" y "Manganzón".
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Antonio Guzmán Blanco |
Uno de los más señalados enemigos públicos de Guzmán
Blanco y de su padre Antonio Leocadio, era por entonces Cecilio Acosta quien, a
comienzos de 1881, languidecía en la indigencia de su modesto hogar. El barón ejemplar, cuya vida
había estado consagrada al servicio de los intereses públicos, se encontraba
inválido, próximo a la muerte, y aun así, acosado por el recelo oficial. Apenas
algunos amigos se acercaban para hacerle compañía en las últimas horas de su
existencia.
Las relaciones entre Acosta y Guzmán fueron siempre
frías antes de congelarse definitivamente. Ambos procedían de la misma universidad, y por momentos parecieron militar en las mismas filas políticas.
En 1865, cuando un grupo de universitarios fue a presentarle un saludo al Gral.
José Tadeo Monagas, quienes llevaron la palabra fueron Acosta y Guzmán. Años más tardes,
en 1872, Guzmán elige a Cecilio Acosta para que forme parte
del grupo de legisladores que habría de redactar los códigos venezolanos. En
1876, finalizada la obra de los juristas, cuyo trabajo presidió Guzmán en
persona, éste resuelve enaltecer la labor de los codificadores y manda a acuñar
una moneda de oro con la siguiente inscripción: "Guzmán a Cecilio Acosta".
Todavía fue más lejos y ordenó pintar un óleo que retrataba a las comisiones en
pleno, encabezadas por él. Semioculto, en el último plano del cuadro, Cecilio
Acosta asoma su rostro aniñado.
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Cecilio Acosta |
Hasta aquí llega lo que se puede calificar como
buenas relaciones entre Acosta y Guzmán Blanco, las cuales, como se ve, no
pasaron de que el Ilustre Americano utilizase los servicios profesionales y los
conocimientos jurídicos de su antiguo compañero universitario.
Menos de un año después concluía el llamado Septenio. Guzmán Blanco entregó el poder al general Alcántara, y se fue al poco tiempo para Europa con
el cargo de Ministro Plenipotenciario de Venezuela ante los gobiernos de
Alemania, Francia, Italia, la Santa Sede, España y la Confederación Helvética.
La reacción antiguzmancista no tardó en producirse. Antes de su partida para el
viejo Continente, se produjo el rompimiento público entre Guzmán y el escritor Nicanor
Bolet Peraza, quien había sido redactor de La Opinión Nacional y, hasta esos
momentos, amigo íntimo y partidario sincero del "afrancesado".
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Bolet Peraza conoció a Martí en Nueva York |
En 1877, en plena efervescencia antiguzmancista,
aparece el diario La Tribuna Liberal, fundado y dirigido por Bolet Peraza. El
objetivo principal de este periódico consistía en dar cabida a las críticas
contra el Septenio. Entre quienes colaboran en el mismo esta Cecilio Acosta, y
uno de los artículos más extensos que publica es "Los espectros que son, y un espectro que va a
ser", en respuesta a un ataque público de Antonio Leocadio Guzmán contra
Acosta, aparecido el día anterior, y en el cual lo moteja de perezoso y servil.
El artículo de Acosta, publicado el 11 de noviembre de 1877, describe un
cementerio al cual es conducido Leocadio; donde un tribunal de muertos lo acusa
y juzga por todos sus delitos en la vida pública venezolana. Catorce días antes
del ataque del viejo Guzmán, Don Cecilio había publicado uno de sus más
conocidos ensayos, "Los partidos políticos", en el cual critica el
servilismo imperante durante el Septenio, una época cuando "ser ciudadano
es ser mudo para no hablar, obrero de ración, o eunuco de serrallo, o parásito
de corte, o siervo de látigo que cuando no lo recibe lo reclama". Y acusa
a los partidarios de ese gobierno de ser "esclavos más humillados que los
esclavos mismos, porque éstos alguna vez se huyen y aquellos nunca, clamando
siempre por amo, azote y pan...".
Con tan definidas expresiones, Acosta queda
radicalmente ubicado entre los antagonistas de Guzmán. Cuando éste regresa al
poder en 1879, Bolet Peraza se exilia
voluntariamente en Nueva York. Cecilio Acosta es de los que no se van. Sumido
en la pobreza, busca refugio en su hogar. Allí lo visitan unos cuantos amigos
que no temen a las represalias del Ilustre Americano.
Ha muerto un justo
Uno de los que frecuentan la casa de Cecilio Acosta es Jose Marti. Entre el
venezolano crepuscular y el cubano que inicia su carrera meteórica, nace una
gran amistad. Don Cecilio vive sus últimos días. En los momentos de menos
estado depresivo lee a los íntimos su "Oda al Vespero", que es, según
se sabe, el poema con el cual cierra su obra. En el desnudo aposento se reúne
una pequeña pero selecta tertulia, formada entre otros por el arzobispo Guevara
y Lira, Martí, Lisandro Alvarado, quien nos dejó una fresca estampa de aquellas
reuniones: "Un recuerdo de Martí" (Obras Completas de Lisandro
Alvarado, vol VII, p. 225), del cual hemos extraído el siguiente fragmento...
"Pronto, después, tuve la oportunidad de conocer
personalmente al orador, con ocasión de hallarme en casa del Licenciado Cecilio
Acosta. De visita llegaron al mismo tiempo el Arzobispo, Martí, y el señor
Rincón, colombiano. Fui presentado al segundo, que los otros dos me eran conocidos.
Lo posible para mí delante de aquellos hombres era callar. ¡Cuán interesante me
fue la personalidad de aquel hijo de Cuba! Sus modales, cortesanos y
distinguidos; su conversación, viva y afable, su imaginación, presta e inquieta.
Mantenía una sonrisa benévola, un aire de ingenuidad, que un hipócrita hubiera
intentado en vano de aprenderse, al paso que era el era velo de discreción,
puesto que a maravilla servía para disimular su vasta erudición. Aparecía en
suma achicado en su tela intelectual, casi como un señorito cualquiera de
chispa y de talento. Y en Acosta el mismo engaño, avivado más y más con el
modestísimo aspecto de su aposento, donde aquel recibía de ordinario a sus
amigos".
El viernes 8 de julio de 1881 falleció Cecilio
Acosta. Debemos también a Lisandro
Alvarado, la conmovedora sencilla descripción de aquella noche:
"Cerca de las 8 de la noche la casa estaba casi
desierta. En el pequeño corredor había apenas algunos viejos amigos y unos
cuantos jóvenes. A poco empezó a llover y casi todos se retiraron. En la pieza
en la que él ordinariamente estudiaba y escribía, allí conversaban en voz baja
algunas personas. En la antesala, casi en el mismo sitio en que dormía, estaba
también el lecho de muerte; le vi en ese momento. Tendido frente a la
ventanilla de la pieza, envolvíale ya el sudario; y como deseasen verle
ciertas personas levantaron el lienzo que cubría su rostro, hondamente
demacrado: la frente era la misma, espaciosa, pensadora, salientes los pómulos,
afilada la nariz, hundidos los ojos. Aquellas manos que tan amorosamente
estrecharon sus admiradores, habían perdido sus músculos. Inclinábanse así sobre el cadáver los antiguos amigos, pareciendo dudar que semejante espíritu
se hubiera desvanecido y exhalado".
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Primer número de la Revista Venezolana. Nota del autor: En la Biblioteca Nacional de Venezuela, la Hemeroteca resguarda ejemplares originales de 1881 que pude observar con sagrada admiración |
El 9 de julio, por las húmedas calles de Caracas,
los restos de Acosta fueron conducidos por un puñado de amigos hasta el
Cementerio General del Sur. Sólo dos personas hablaron en el luctuoso acto: el Pbro. José León Aguilar, quien hizo alusiones contra Guzmán Blanco, y
el doctor Pablo Acosta, quien despidió entre lágrimas a su hermano. El resto de
los presentes calló por prudencia. José Martí le rindió después tributo en la
inigualable elegía que publicaría en el número 2 y último de su Revista
Venezolana, página en la que el gran apóstol cubano inmortalizó a Cecilio
Acosta:
"Ya esta hueca, y sin lumbre, aquella cabeza
altiva, que fue cuna de tanta idea grandiosa; y mudos aquellos labios que
hablaron lengua tan varonil y tan gallarda; y yerta, junta a la pared del
ataúd, aquella mano que fue siempre sostén de pluma honrada, sierva de amor y
al mal rebelde. Ha muerto un justo: Cecilio Acosta ha muerto. Llorarlo fuera
poco. Estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las
grandes naturalezas y digno de ellas. Trabajó en hacer hombres: se le dará gozo
con serlo".
De allí en adelante, en ningún otro momento de su
perdurable elogio, Martí vuelve a ver a Acosta sino como un ser vivo,
palpitante en su pensamiento y en su prosa.
Después del entierro, la reacción de un personaje egocéntrico como Antonio Guzmán Blanco no se hizo esperar. El Pbro.
León Aguilar fue arrestado, encarcelado y torturado físicamente. Obtuvo la
libertad a cambio del destierro, en el que permaneció seis o siete años. ¿Y que
podía sucederle a un extranjero que como Martí elogiaba a los enemigos del
Gobierno, electrizaba con su verbo a los grupos universitarios e intelectuales
que le eran adversos a Guzmán, y cuya pluma no pudo propiciar a ningún precio
el autócrata? Se sabe de una tempestuosa entrevista que según William Rex Crawford se
produjo cuando el joven abogado cubano fue citado a presencia de Guzmán Blanco (la cual
reseña en su libro "A century of Latinamerican Thought, p.331. Harvard
University Press, 1944). Pero si ocurrió en efecto, ello no ha podido ser
comprobado. Todo parece indicar que, en el mejor de los casos, el Ilustre Americano nunca llegó a percatarse del extraordinario huésped que tenía; algo que también es usual en nuestros tiempos.
El 28 de julio de 1881, veinte días después de la
muerte de Acosta, el patriota cubano abandona Caracas y vuelve a transitar el Camino Viejo de los Españoles. En sus escritos no hay,
que se sepa, alusión directa a los motivos de su brusca partida, a no ser que
leamos entre líneas la carta que, la víspera de sus viaje, dirigió a Fausto
Teodoro de Aldrey, director de La Opinión Nacional.
Este es otro de los misterios que acompañarán a Martí el resto de sus años; como la pérdida de algunos folios de su Diario de campaña que alguien arrancó aprovechando la confusión de aquel 19 de mayo de 1895 en el campamento de Dos Ríos.
¿A qué vino José Martí a Caracas? Sin dudas a tocar la tierra sagrada de su admirado Simón Bolívar, a llenar sus pulmones del aire libertador de este pueblo. Pero nada impide sentir
que acudió también a prestigiar la muerte de Cecilio Acosta, y a construir con su
prosa el mejor panteón que podía erigirse para guardar el vivo resplandor que a
su ocaso dejan los hombres.
(Fragmento del libro Tras la huella de Martí en Caracas, de Ángel Cristóbal. 2da. edición revisada y aumentada. Editorial Letras Latinas, 2015)