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El perro de la muerte. Dibujo de René García, 2004 |
Por Ángel Cristóbal García
En el
poblado de Vueltas, provincia de Villa Clara, Cuba, la gente aún recuerda la
efímera vida de un perro con un inusual reflejo: tenía el olfato
adiestrado para “oler” la muerte. Cuentan que llegó una tarde a la funeraria
del pueblo acompañando el cadáver de un vecino y –tal vez por esos azares del
destino-, desde entonces no se perdió un entierro del municipio; pues incluso,
mucho antes de llegar el cadáver a la funeraria, ya el perro estaba allí
esperando y no se movía del lugar hasta que partía el cortejo, con él a la
cabeza, y luego desaparecía al llegar al cementerio.
Costumbre
tan inusual e inexplicable para un animal, hizo célebre al perro y lo convirtió
en el blanco de los comentarios de la población, dividida entre dos corrientes
antagónicas: una, lo veía dócil e inofensivo, obra de la casualidad o de un
reflejo acondicionado (se decía que iba a la funeraria en busca de comida que
le daban sus trabajadores); otra, impresionada, lo veía como un misionero de la
muerte, un animal de mal agüero. "Era la imagen pura de la Parca, la fría
presencia de Caronte en un siglo donde imperan los modernos modelos de
pensamiento", escribió un cronista del pueblo (1).
Era
de esperar que ello ocurriera. ¿Se imagina usted, amigo(a) lector(a), que un
perrito vaya a todos los entierros de un pueblo sin faltar a uno? ¡Y él lo hacía
con responsabilidad y con respeto! Sabe Dios por qué –a lo mejor por algo
sobrenatural o de repente por una costumbre que se hizo hábito-, pero lo cierto
es que la extraña misión de aquel can se hizo legendaria y ...hasta salió por
la televisión.
Cuando
un equipo de la televisión cubana llegó a Vueltas para filmar al perro en su
misión solemne, se preparó un entierro falso con todas las de la ley: coronas,
flores, cirios encendidos, caja fúnebre, personas llorando. Todo se hizo con
sumo cuidado, con mucha paciencia, sin olvidar un detalle y el perro, como
siempre, llegó puntual a la ceremonia. Entonces se procedió al cortejo, el
perro comenzó a ladrar delante del carro fúnebre. Sin embargo, antes de arribar
el desfile a la primera cuadra, el animalito se dio cuenta de que aquella era
una farsa, que no había muerto en la carroza y se regresó, dicen que bastante
enojado. Así lo confirman sus dueños quienes afirman que durante varios días el
perro estuvo muy molesto. Fue algo que dejó atónitos a todos los lugareños:
hasta los de la televisión se quedaron boquiabiertos.
José
Hernández, un ingeniero civil de 53 años de edad, vecino de Vueltas, narró en
un artículo (2) que cuando su padre enfermó de gravedad, el perrito apareció
por su casa. Primero lo hizo jugando con el perro de la familia. Se hermanaron
y esto motivó que nadie sospechara nada. Luego el can comenzó a entrar al
dormitorio, donde el padre de Hernández yacía en su lecho de muerte. Desde ese
momento, el perrito le “visitó” durante toda la enfermedad hasta el día en que
el señor murió. Más tarde, les acompañó en el funeral, y después jamás volvió a
pisar la casa.
Por
su parte, el personal de la funeraria afirma que el perro sólo aparecía
momentos antes de recibir a un fallecido. Una vez incluso, no habiendo novedad
ese día, cerraron el local y al llegar a la esquina se encontraron con el perro
de la muerte que empezó a ladrarles como un loco, impidiendo que continuaran su
camino. Entonces, un vecino les avisó que el teléfono de la funeraria no dejaba
de repicar: ¡había muerto un viejito en Aguada de Moya y debían preparar las
honras fúnebres! Hay muchos testimonios más...
La
noche del 12 de mayo de 1996 el perrito se encontraba frente a la funeraria,
jugando con otros de su especie, cuando un autobús pasó como un bólido y
masacró a los animales, matándoles en el acto. La reacción de la gente del
pueblo fue tan violenta que, si no interviene la policía, el chofer no hubiese
hecho el cuento, pues lo querían linchar. ¡Había matado al orgullo de Vueltas!
Al
perro de la muerte le hicieron un funeral como le correspondía por su grandeza.
Fue el pueblo quien quiso honrarle y un mar de gente le acompañó hasta el
cementerio, donde fue enterrado junto a aquellos que una vez acompañó. Tiempo
después, al bus del chofer canicida se le fueron los frenos y chocó contra una
estación de ferrocarril; en otro viaje impactó a un auto, y en un tercero
volvió a chocar saliendo del pueblo, por lo cual pasaron a retiro al
desgraciado. Todo pasó en menos de dos meses posterior a la muerte del perrito.
¿Se vengó éste del hombre o fue pura casualidad? Nunca lo sabremos: son
preguntas sin respuestas. Lo que nadie duda es que, a diferencia de muchos de
los muertos que acompañó hasta el camposanto, el perro de la muerte vive en la
memoria de su pueblo.
Notas:
-Historia original de Ernesto Miguel
Fleites. Publicado por la revista Signos, Nro.49, 2004
-Este relato forma parte del libro "Crónicas de un pilongo en Caracas", de Ángel Cristóbal, publicado por Editorial Letras Latinas. Rif. J-314232-14. Copyrights, Ángel Cristóbal, 2015